MUJERES Y CONSUMO DE DROGAS

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Las mujeres consumen drogas ilícitas de forma diferente que los hombres, lo que incide en el tratamiento de la adicción.

Tanto hombres como mujeres consumen sustancias ilícitas en todo el mundo. Si bien, en promedio, tienden a consumir drogas un número más elevado de hombres, el porcentaje de mujeres consumidoras no es nada desdeñable, constituyendo un tercio de la población consumidora de drogas a nivel mundial. Las circunstancias en las que las mujeres y los hombres consumen drogas ilícitas y las consecuencias de ese consumo son, en parte, sumamente diferentes en términos físicos y sociales. Las medidas destinadas a reducir los daños solamente pueden tener éxito si tienen en cuenta estas diferencias.

Cuando se habla de personas consumidoras de drogas, en muchos países a menudo solo se hace referencia a los hombres consumidores. Aunque existen diferencias a nivel regional, hay también mujeres consumidoras de drogas en todo el mundo. El modo en que consumen y los efectos físicos y sociales de su consumo suelen ser diferentes a los de los hombres. Sin embargo, en algunos países, los programas de reducción de daños o de tratamiento de adicciones – si es que existen – no abordan está cuestión lo suficiente o ni siquiera consideran a las mujeres como un grupo destinatario con necesidades especiales.

 

Según el Informe Mundial sobre las Drogas 2018 de las Naciones Unidas, en promedio, las mujeres empiezan a consumir drogas más tarde que los hombres, también debido a que en numerosas ocasiones el consumo es inducido por su pareja íntima masculina. Asimismo, se ha observado que una vez que las mujeres consumen drogas por primera vez, tienden a volverse drogodependientes más rápidamente que los hombres. Por ese motivo, cuando las mujeres inician tratamientos de la drogodependencia, con frecuencia presentan síntomas más graves desde un punto de vista médico, social y conductual.

 

En numerosos casos, según el informe, las mujeres tienen menos control que los hombres sobre cómo y de quién se obtienen las drogas o agujas-jeringas. A menudo se inyectan drogas después de su pareja. Las mujeres corren un riesgo considerablemente mayor de infectarse con el VIH o la hepatitis C si se utiliza la misma jeringa o aguja para el consumo de drogas inyectables.

 

El consumo de drogas, o simplemente la cercanía a las drogas, es también una de las principales causas de la violencia de género, como la explotación, la violencia sexual o el abuso psicológico. Esto afecta de forma desproporcionada a las mujeres en todo el mundo; el riesgo es especialmente alto en el caso de las trabajadoras sexuales. Según el Informe Mundial sobre las Drogas de las Naciones Unidas, las mujeres que consumen drogas corren un riesgo mayor de sufrir complicaciones durante el embarazo o muerte fetal.

 

Cuando las mujeres consumen drogas, con frecuencia sufren también sus hijos e hijas y sus parejas, a nivel emocional, físico y económico, especialmente en las familias en las que la mujer es la principal responsable del hogar y de los hijos e hijas. Además, en numerosos países las mujeres consumidoras de drogas sufren un mayor grado de estigmatización y discriminación por parte de sus familias, su entorno social y la sociedad. El consumo de drogas se considera inmoral e incompatible con el rol de esposas y madres que tienen asignado. La estigmatización suele ser más grave en países con costumbres tradicionales arraigadas, en los que siguen existiendo jerarquías estrictas entre los géneros y claras expectativas sobre qué conducta es aceptable por parte de las mujeres.

 

Esta situación tiene graves repercusiones en cuanto a si las mujeres hacen uso o no de las ofertas de prevención y terapia – y de qué modo – y si estas siquiera existen. Los obstáculos para iniciar una terapia son especialmente altos, porque algunos centros de asistencia no permiten que las mujeres acudan acompañadas de sus hijos e hijas o porque las mujeres temen la pérdida de la custodia. En otros casos, los centros de asistencia a drogodependientes no están orientados lo suficiente, o en absoluto, a las necesidades de las mujeres, por ejemplo, a los requisitos especiales que deben cumplir las terapias para consumidoras de drogas embarazadas. A menudo tampoco se tiene en cuenta que las mujeres, por el rol que tienen atribuido de cuidadoras, deben asumir una doble carga en su día a día y por eso les resulta más difícil participar en programas de tratamiento de adicciones. Por ejemplo, deben ocuparse simultáneamente de sus hijos e hijas, o no cuentan con medios suficientes para pagar el cuidado de sus hijos e hijas durante la terapia.

 

Las necesidades y realidades específicas de las mujeres consumidoras de drogas son evidentes. En los países en desarrollo, esta problemática suele ser especialmente grave. Los programas de tratamiento y los centros de atención de adicciones deben abordar estos problemas y concebirse siguiendo un enfoque sensible al género. Si existen ofertas específicas en función del sexo, es más probable que las mujeres se sientan más aludidas y más motivadas a aceptar el apoyo.