Las mujeres y el cultivo ilícito

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Los roles de género en el cultivo ilícito de plantas narcógenas

En las zonas de cultivo de drogas, tanto mujeres como hombres trabajan en los campos: ambos siembran, riegan y cosechan las plantas. Sin embargo, sus realidades son diferentes. Hasta ahora, las mujeres apenas se han tomado en cuenta en los programas de desarrollo rural.

Las plantas destinadas a la producción ilícita de drogas, como la coca, la amapola o el cannabis, suelen cultivarse en áreas rurales y marginalizadas. Las condiciones en las que viven las personas allí suelen ser precarias. La violencia y los conflictos armados son omnipresentes, las instituciones estatales apenas están presentes y muchos hogares carecen de acceso al agua potable y la electricidad. Dado que el cultivo de plantas destinadas a la producción ilícita de drogas suele ser la fuente principal de ingresos —o incluso la única—, a menudo son no solo familias sino comunidades enteras las que participan en tal actividad.

 

Análogamente a las desigualdades de género que pueden observarse a nivel global, las mujeres de las zonas rurales de cultivo ilícitos, además del trabajo agrícola, también asumen tareas domésticas que requieren mucho tiempo y esfuerzo. Casi siempre son las responsables de la crianza de los niños y niñas, del cuidado de las personas enfermas y mayores, y de la alimentación de toda la familia. Son ellas principalmente las que se ocupan de la salud y la educación de la familia. En la mayoría de los casos, las mujeres no son remuneradas por este trabajo. Por el trabajo agrícola reciben en promedio, sueldos considerablemente inferiores a los de los hombres. A menudo son económicamente dependientes de sus parejas.

 

Paralelamente a esta doble carga, algunas mujeres asumen funciones sociales o políticas en sus comunidades con el fin de hacerlas progresar. Pero, a causa de unos estereotipos de género tradicionales que no contemplan la participación activa de las mujeres en la vida social, rara vez cuentan con apoyo en dichas funciones, llegando incluso a ser rechazadas.

 

Con frecuencia sucede que los proyectos de desarrollo rural están dirigidos fundamentalmente a hombres. Entre ellos figuran proyectos de desarrollo alternativo, cuyo fin es asegurar de manera sostenible la subsistencia de los agricultores y agricultoras de pequeña escala mediante la creación de alternativas económicas, como, por ejemplo, el cultivo de café o de cacao. Con ello se procura que a largo plazo estas personas logren una mayor independencia de la economía de las drogas.

 

El hecho de que tales programas estén dirigidos principalmente a hombres se debe a varias causas: tradicionalmente, estos representan a sus respectivas familias en los procesos de toma de decisiones públicas, y en muchas ocasiones son los únicos propietarios legales de la tierra que su familia cultiva. Como consecuencia de ello, los hombres participan más que las mujeres en las actividades de formación y capacitación y se benefician más a menudo de los créditos. Pero en muchos casos son principalmente las mujeres las que, preocupadas por la seguridad y el bienestar de sus familias, buscan fuentes alternativas lícitas y sostenibles de ingresos, pero pocas veces se aprecia y aprovecha su disposición al cambio.

 

En vista de ello, resulta evidente que los programas de desarrollo en regiones rurales de cultivo deben analizar y considerar las diferentes situaciones de partida de mujeres y hombres, y esto previo al inicio, durante la implementación y tras la finalización de dichos programas. Solo así es posible lograr que las mujeres gocen de mayor independencia y capacidad de decisión, habilitando de esta manera una forma más sostenible de abordar la problemática de los cultivos ilícitos.